La profecía autocumplida o efecto pigmalión

La teoría de la Profecía Autocumplida explica que cuando tenemos una creencia firme respecto a alguien, acaba cumpliéndose. Nuestra conducta intenta ser coherente con las creencias que sostenemos.

Habilidades sociales

Existe un pueblo en Ghana Central llamado Ashanti. Cada niño que nace recibe un nombre espiritual que se basa en su día de nacimiento y cada día está asociado a un conjunto de rasgos de personalidad. A los nacidos en lunes se les llamada Kwadwoy tradicionalmente se les considera calmados y pacíficos. A los niños nacidos en miércoles se les conoce como Kwaku y se supone que tienen mala conducta. Un psicólogo decidió estudiar si esta temprana etiqueta podría tener un impacto a largo plazo en la autoimagen y, por tanto, en la vida de los niños. Para ello, examinó la frecuencia con la que ambos nombres aparecían en los registros de los Tribunales Juveniles por cometer algún delito. Y, ¡efectivamente! El resultado de la investigación mostró que el nombre dado a un niño en su nacimiento afectaba a su conducta, ya que había una notable superioridad de delincuentes con el nombre de Kwaku (a los que pronosticaban mala conducta) que Kwadwo (los pacíficos).

¿Podemos extraer que se cumple la superstición de que el nombre influye en la personalidad? Rotundamente NO. Lo que influye son las expectativas que la comunidad tiene en cada uno de esos grupos. Es la llamada PROFECÍA AUTOCUMPLIDA o EFECTO PIGMALIÓN.

La teoría de la Profecía Autocumplida explica que cuando tenemos una creencia firme respecto a  alguien, acaba cumpliéndose. ¿Magia? No, nuestra conducta intenta ser coherente con las creencias que sostenemos (estén fundadas o no).
 
La profecía autocumplida se ha estudiado mucho en el ámbito académico y profesional. Los niños que mejores resultados obtienen en el colegio son aquellos cuyos profesores “profetizan” que lo harán mejor. Como piensan que lo harán mejor, utilizan más recursos con ellos, se vuelcan más, les dedican más tiempo. Resultado: obtienen mejores resultados que aquellos sobre los que se ha pensado en un primer momento que tienen menos posibilidades de hacerlo bien. Al contrario que los primeros, estos suelen fracasar “más” puesto que no obtienen la misma dedicación que sus compañeros “privilegiados”. El mismo símil vale para el campo laboral.
 
La mayor gravedad de este fenómeno se produce porque estas conductas afectan directamente en la formación de la personalidad del niño. El autoconcepto, es decir, la imagen que cada persona tiene de uno mismo se forma durante los primeros años de vida, y se va construyendo a partir de las experiencias que vivimos durante este lapso de tiempo, es decir, sobre las expectativas que sobre nosotros tienen las personas que nos rodean, especialmente familiares y profesores.
 
La mayor o menos seguridad que los niños desarrollen, su autoestima, va a depender en gran medida de cómo los adultos les motivemos y alentemos. Si perciben que no creemos en ellos, desarrollarán la creencia de que todo esfuerzo es baldío, pues no van a ser capaces de lograr su objetivo (indefensión aprendida). Lo mismo en el ámbito laboral. Suelen tener más “éxito” o ascender los que tienen el beneplácito de sus jefes (a veces, basándose en sus competencias y/o rendimiento…y a veces no). Un superior que constantemente duda de nuestra capacidades puede provocar que acabemos dudando nosotros mismos, aún sin argumentos que sustenten este pensamiento.

Llevándolo a los aspectos más generales de la vida cotidiana, este fenómeno sería también uno de los factores que constituyen los PREJUICIOS, creencias que provocan una actitud de proximidad o rechazo, basada en información insuficiente o en juicios ajenos que raramente cuestionamos o cotejamos. Hagamos la prueba: un amigo, de cuyo criterio nos fiamos en gran medida, nos presenta a una persona “avisándonos” de que es muy antipática, perezosa, falsa, etc. Nuestra mente ya está contaminada por ese sesgo, de modo que estaremos pendientes de alguna señal que pueda interpretarse en ese sentido para confirmar esa idea preconcebida (¡aunque probablemente haya señales que nos indiquen lo contrario, pero que desechamos sin tener en cuenta!).
 
Por ello, de nuevo, insistimos en vel “mantra”: CUESTIONEMOS. No demos nada por hecho, no asumamos opiniones, propias o ajenas, sin antes someterlas a comprobación. Es posible que, sin ser conscientes, estemos cerrando puertas y oportunidades a personas que no han hecho nada para merecerlo. E igual de importante, cuestionemos las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, en qué se basan y si tienen fundamento lógico y empírico o no.
 
No olvidemos que la capacidad de alcanzar nuestros objetivos depende en gran medida de las creencias que sobre nuestras competencias tenemos, por lo que se cumple el dicho de ”TANTO SI CREES QUE PUEDES, COMO SI CREES QUE NO PUEDES, EN AMBOS CASOS TIENES RAZÓN” (Henry Ford).
 
Concha Gallén

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