Duelo en Estado de Alarma
Analizaremos las distintas fases de duelo por las que pasamos cuando el covid 19 nos cambió la vida
Nos encontramos en una situación nunca vista. La incertidumbre, el miedo, los cambios, la ira, la tristeza, la negación, las pérdidas, los duelos…
Una enfermedad Covid-19 que no se sabe cómo, apareció en nuestras vidas y las cambió para siempre.
Todos de una manera o de otra estamos pasando por duelos. Algunos han perdido el trabajo, otros la libertad de salir debido al confinamiento, otros la salud y, en el peor de los casos, han perdido un ser querido.
Veíamos por televisión que en China, un país en Asia “muy lejano”, una enfermedad hacía estragos. Aquello no iba con nosotros. Nuestra sociedad estaba en negación: “Eso pasa en China, pero aquí no”. Nos negábamos a creer que en un mundo globalizado nos iba a llegar el último modelo de teléfono por mensajería desde cualquier parte del mundo, pero el coronavirus no.
Luego llegó a nuestro cercano país Italia, ahí la realidad nos dio un toque, pero no, nos afanamos en seguir con nuestra vida y nos repetíamos como un mantra: “Ésto aquí no va a llegar”.
Y llegó…
Entramos en shock, oíamos aquí y allá que la gente se estaba contagiando, pero… No, aquí no, a mí no. La negación seguía intentando manejar el impacto emocional negando la realidad.
Y llegó el caos. Estábamos en shock, en negación, en negociaciones con la vida. No podíamos aceptar lo que nos estaba pasando.
Y un día, 15 de Marzo de 2020 salió el presidente del gobierno y nos dijo que se decretaba el Estado de Alarma…
Desde nuestras casas, delante del televisor nos dijeron que nuestra vida estaba en peligro y que teníamos que confinarnos en casa. Se hizo un silencio. Incrédulos presenciamos cómo nuestra vida se convertía en una película de ciencia ficción.
Lloramos, suspiramos, nos enfadamos porque el Estado de Alarma se podía haber decretado después y luego porque se debía haber decretado antes. Nos enfadamos porque teníamos miedo. Miedo a salir y también al encierro, miedo a contagiar, a que nos contagiaran, a que se contagiaran nuestros seres queridos, miedo a respirar…
Nos aterrorizamos al ver lo increíble. Nuestros familiares y amigos perdían a los suyos y tenían que quedarse en casa, inmóviles ante el sufrimiento. No podían correr a despedirse. No podían ni empezar un duelo. Nosotros tampoco podíamos correr a darles nuestro ánimo y un abrazo. Sólo una fría llamada de teléfono en la que escuchábamos el grito desgarrador y las lágrimas inconsolables. Y después lloramos de empatía, impotencia y miedo.
Miedo a estar en un hospital con la muerte mirando fijamente a nuestra cama sin nuestros seres queridos. Cuando la muerte te mira a los ojos, ya nada vuelve a ser igual. Nos damos cuenta de que somos vulnerables, de que sólo tenemos el ahora y de que hay que vivir la vida al máximo, disfrutando cada segundo.
Pero no estamos solos, estamos rodeados de valientes que se juegan su vida por salvar la nuestra.
A las 20:00 salíamos a los balcones para romper el silencio con nuestros aplausos, cantábamos canciones para hacer algo juntos, para no sentirnos tan solos, para sacar fuerzas. Y, por supuesto para agradecer a todas las personas que salían a sus trabajos para garantizar nuestra vida. Y a aquellos que aceptaban su “arresto domiciliario” para salvar vidas, las suyas y las de los demás.
Entre la aceptación y la resignación nos dimos cuenta de que la vida nunca volvería a ser igual, nunca lo había sido, pero ahora lo sabemos.