¿Por qué no hacerlo conmigo?
Tratate como a tu mejor amigo, porque te lo mereces, porque lo vales y porque lo eres. Si tu no te quieres a ti mismo nadie lo hará por ti, aprende a valorarte
Tratate como a tu mejor amigo, porque te lo mereces, porque lo vales y porque lo eres. Si tu no te quieres a ti mismo nadie lo hará por ti, aprende a valorarte
La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de él, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que más quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que más le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y comprensión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.
Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?
Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas más fáciles, de regalarme las cosas que me gustan, de buscar mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.
Tratarme como trato a los que más quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.
El mundo actual golpea a nuestra puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado (les hace el juego a algunos comerciantes de almas).
Autor: Jorge Bucay
Nadie puede llevar a otros más allá de lo que se ha llevado a sí mismo.
Se explica la anécdota de que una madre llevó a su hijo de seis años a casa de Mahatma Gandhi.
Ella le suplicó:
- Se lo ruego, Mahatma, dígale a mi hijo que no coma más azúcar.
- Es diabético y arriesga su vida haciéndolo.
- A mí ya no me hace caso y sufro por él.
Gandhi reflexionó y dijo:
- Lo siento señora.
- Ahora no puedo hacerlo.
- Traiga a su hijo dentro de quince días.
Sorprendido la mujer le dio las gracias y le prometió que haría lo que le había pedido. Quince días después, volvió con su hijo. Ghandi miró al muchacho a los ojos creando una gran conexión y le dijo:
- Chico, deje de comer azúcar.
Agradecida, pero extrañada, la madre preguntó:
- ¿Por qué me pidió que lo trajera dos semanas después?
- Podía haberle dicho lo mismo la primera vez que vino.
Gandhi respondió:
- Hace quince días, yo comía azúcar.
Fuente: cuento del libro “Aplícate el cuento”, relatos de ecología emocional de Jaume Soler y Mercè Conangla.
La responsabilidad de ser tú mismo es tuya. No culpes a otros de tus errores.
Había una vez, un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando.
Decidió sacar al animalito del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.
Ante el dolor lo soltó, por lo que el animal de nuevo se estaba ahogando...
Entonces intentó sacarlo y otra vez lo volvió a picar.
La escena se repitió varias veces:
Sacarlo del agua, ser picado y soltarlo.
Alguien que observa le dice:
- "¡¡¡Cómo es usted tan terco!!"
¿No entiende que cada vez que lo saque del agua lo va a picar??".
Entonces, el maestro oriental le respondió:
- "La naturaleza del alacrán, que es picar... no va a cambiar mi naturaleza, que es ayudar"
Si alguna vez hubo quien cambiara nuestra naturaleza pensemos en quiénes somos realmente, y decidamos si queremos lo que tenemos ahora o tirar lo que no es nuestro. No podemos seguir obedeciendo las órdenes de quienes nos han dañado, no debemos seguir actuando y sintiendo lo que no somos. Necesitamos reflexionar en lo que impide nuestra felicidad. Siempre está en nosotros mismos cómo nos queremos sentir, es nuestra responsabilidad buscar en el HOY esas intermitencias de libertad... están ahí, dentro de ti.
El violador es el culpable no dejemos que la víctima cargue con ella.
La culpa nos sirve para no repetir errores del pasado, corregir algo que hicimos mal.
Pero... ¿ Cómo saber cuándo somos culpables?
Somos culpables cuando infringimos un daño a una persona de manera consciente.
Cuando infringimos un daño de manera involuntaria puede que seamos responsables, cómo cuando atropellamos a una persona después de haber bebido alcohol. En esa situación no somos culpables, pero sí responsables y debemos cambiar algo para que no vuelva a ocurrir. Es decir, no volver a coger el coche después de haber bebido.
Lo curioso de la culpa es que suele estar en la espalda equivocada casi siempre, los culpables no la sienten y los que no lo son la cargan, a menudo, injustamente.
Me llamó poderosamente la atención un caso de una violación.
¿Quién es el culpable en una violación?
El violador direis.
Pues lo extraño del asunto es que el violador cambió sus esquemas mentales de manera que no siente culpa.
Y...¿A dónde fue la culpa? Pues se la adjudicó la víctima.
Sí sí, la víctima.
La sociedad está de acuerdo en adjudicar si no toda, algo de culpa a la víctima.
¿Y cómo puede ser esto?
Pues porque la capacidad de autoengañarnos es sorprendente. Este autoengaño suele tener la función de protegernos y hacernos más felices. En psicología lo llamamos "la hipótesis del mundo justo" que es como una especie de "justicia universal" en la que los actos buenos son recompensados y los malos castigados. Las cosas buenas les suceden a las personas buenas y las malas a las personas malas.
Cuando escuchamos que una persona desconocida ha sido violada, lo primero que sentimos es empatía, nos ponemos en su lugar, y después miedo porque a nosotros también nos podría pasar. Y si no a nosotros a algún familiar que queremos. Entonces nos protege nuestro esquema mental del "mundo justo" y empezamos a buscar explicaciones, explicaciones absurdas sobre el tamaño de su minifalda, o de lo incauta que ha sido por caminar sola de noche y terminamos concluyendo que seguro que es una mala persona que se lo había buscado o incluso lo merecía. Pero eso a mi no me puede pasar porque soy una buena persona y a las buenas personas no les pasan esas cosas, nos decimos. Asunto resuelto, protegida nuestra autoestima y espantado el miedo.
Pero qué ocurre si la chica que fue violada tiene ese mismo esquema mental. Pues una de dos o lo cambia y empieza a pensar que algunas desgracias ocurren por azar, sin que podamos evitarlo y ella no es culpable sino víctima. O decide continuar con sus esquemas mentales y entonces no tendrá más remedio que sentirse culpable y tendrá que buscar una razón de porqué le ocurrió ese trauma.
Lo más recomendable en estos casos es acudir a un psicólogo para que nos ayude a cambiar los esquemas mentales, aunque desgraciadamente lo más habitual es que la víctima cargue ella sola con una culpa que no le pertenece y que todos aceptamos que lleve.
Autor/a: Rosa María Miguel García.
A veces la vida nos da golpes para llevarnos directamente hacia la felicidad.
Un niño se hizo un barquito de madera y salió a probarlo en el lago, pero sin darse cuenta, el botecito, impulsado por un ligero viento, fue mas allá de su alcance. Apenado corrió a pedir ayuda a un muchacho mayor que se hallaba cerca, para que le ayudara en su apuro. Sin decir nada, el muchacho mayor empezó a coger piedras y echarlas, al parecer en contra del barquito.
El pequeño pensó que nunca tendría su bote otra vez y que el muchacho grande se estaba burlando de él, hasta que se dió cuenta que en vez de tocar el bote, cada piedra iba un poco mas allá de éste y originaba una pequeña ola que hacía retroceder el barco hasta la orilla.
Cada piedra estaba calculada. Por último, el juguete fue traído al alcance del niño pequeño, quien quedó contento y agradecido con la posesión de su pequeño tesoro.
A veces ocurren cosas en nuestra vida que perecen desagradables, sin sentido ni plan; pero si esperamos un poco nos daremos cuenta de que cada prueba, cada tribulación, es como una piedra arrojada sobre las quietas aguas de nuestra vida, que nos trae más cerca de la felicidad.
Un ciego alumbraba las calles con una lámpara de aceite.
Hace cientos de años, había un hombre en una ciudad de Oriente. Un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. EI amigo lo mira y de pronto lo reconoce se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo, entonces, le dice: ¿Que haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves…
Entonces, el ciego le responde: -Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí… No sólo es importante la luz que me sirve a mí sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
¿No sabes que alumbrando a otros, también me beneficio yo, pues evito que me lastimen otros que no podrían verme en la oscuridad?-
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil, muchas veces en vez de alumbrar, oscurecemos mucho más el camino de los demás. ¿Cómo? A través el desaliento, la crítica, el egoísmo el desamor, el odio, el resentimiento… ¡Que hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás, sin fijarnos si lo necesitan o no! Llevar luz y no oscuridad. Si toda la gente encendiera una luz, el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad.
Todos pasamos por situaciones difíciles a veces, todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas, todos sufrimos en algunos momentos y lloramos en otros. Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros. No debemos exclamar como es costumbre: "La vida es así" llenos de rencor y de odio. No debemos… al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese corazón herido. Nuestro dolor es y fue importante, pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo.
Hay regalos que no nos conviene recibir. No te dejes impregnar por la negatividad, la rabia y el enfado, permanece impasible ante estas emociones.
Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase, ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo:
-Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.
El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:
-¿Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?
El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.
-Por supuesto que no. Contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.
-Bueno, prosiguió el profesor, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.
-No entiendo a qué se refiere. Dijo el alumno confundido.
-Muy sencillo, replicó el profesor, tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad muchacho, concluyó el profesor en tono gentil, -tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tu llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío. Cada día en todo momento, tu puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que tu decidas cambiarlo. Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o ser felices.
¿Y tú? ¿Has hecho tu inventario? Mi abuelo presintiendo su final inminente se paro a hacer un inventario sobre su vida.
A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije:
-¡Buenos días, abuelo!
Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y después de un misterioso instante, exclamó:
-¡Hoy es día de inventario, hijo!
-¿Inventario? -pregunté sorprendido.
-Sí. ¡El inventario de las cosas perdidas! Me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió:
-Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial.
-Recuerdo también, aquella chica que amé en silencio durante cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo.
-¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se le humedecieron sus ojos.
Y continuó:
-En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que solo cuatro o cinco veces le dije "te quiero".
Después de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo:
-"Éste es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo".
Y después, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido:
-¿Sabes qué he descubierto en estos días?
-¿Qué, abuelo?
Aguardó unos segundos y no contestó, solo me interrogó nuevamente:
-¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre?
La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad:
-"No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?"
Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento y en tono grave y firme me señaló:
-"El pecado más grave en la vida de un ser humano es no luchar cada minuto por ser feliz. Hay un regalo que se llama vida y la única forma de agradecerlo es siendo feliz, eso es lo único que se espera de ti. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas."
Al día siguiente, regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para realizar mi propio "inventario" de las cosas perdidas. Y desde aquel día lucho por disfrutar cada minuto de mi vida, lo hago por mi abuelo, pero lo hago sobretodo por mi.
El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura no quedarte con las ganas de nada... antes de que sea demasiado tarde...
Y tú, ¿ya hiciste tu inventario?...
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