El helecho y el bambú.
La perseverancia y la paciencia te llevarán al éxito.
Renuncie a todo y me di por vencido. Decidí que iba a dejar a un lado a mi trabajo, a mi mujer, mi religión e incluso a mi propia vida.
Cogí mi coche familiar y fui al campo para tener una última visión del mundo natural y alejarme de la jungla de asfalto, polución y asfixiante actividad.
Una vez hube entrado en la naturaleza detuve mi coche en mitad de la nada y me interné en el bosque.
Cuando ya me había alejado de la carretera lo suficiente, grité con todas mis fuerzas:
-¡Dame una buena razón para no darme por vencido!
Como si le estuviera gritando a Dios, al Karma o al poder del universo que rige nuestros destinos al oído .
Mientras recuperaba el aliento arrodillado en el suelo no pude darme cuenta de que una persona se acercaba hacia mí. Cuando finalmente pude verlo vi que era un sencillo granjero, tenía la cara arrugada, muestra de haber reído mucho durante su vida y una mirada de sabiduría, de la sabiduría que nos da la experiencia.
-Joven, ven conmigo, debes ver algo.
Casi como hipnotizado, olvidé la vergüenza inicial que había sentido al ver invadida mi más profunda intimidad y le seguí sin pronunciar palabra alguna.
-¿Puedes ver esos helechos? Me dijo.
-Sí, le respondí.
-Cuando sembré los helechos también sembré unas semillas de bambú. Les traté con mucho cariño les di agua y me aseguré de que les daba la luz. Los helechos crecieron muy rápido, verdes y fuertes. Un año más tarde los helechos crecían estaban frondosos y desprendiendo un magnífico olor. El bambú, sin embargo, no había crecido nada. Pero no renuncié a él y seguí dándole agua, luz y cariño.
-En tres años, todo ese campo que ves allí se había cubierto con los helechos. Mientras que del bambú no había rastro alguno. Y pasaron otros cuatro años, en los cuales no desistí y continué luchando por el bambú. Entonces un día, siete años después de haberlo plantado, cuando iba a regarlo, observe que había salido un pequeño, pero apreciable brote de bambú.
-Comparado con los helechos era muy pequeño y casi insignificante. Pero tan solo seis meses después el bambú había crecido hasta 30 metros de altura. Tardó 7 años en echar las raíces fuertes y profundas en la tierra que le permitirían llegar muy alto. Aquellas raíces lo hicieron más fuerte y le dieron lo que necesitaba para crecer.
-Dios no te da ningún reto que no seas capaz de lograr. Cada momento que has estado luchando, realmente has estado echando raíces. Yo no renuncié al bambú y luche por él, así como Dios, o el universo como lo llamais ahora los jóvenes, no ha renunciado a ti. No te compares con otros, así como no se compara el bambú con el helecho. Ambos eran importantes aunque tenían un propósito distinto, pero juntos hacen que el bosque sea más hermoso.
Estas palabras me conmovieron y me hicieron recapacitar, el sabio, vestido de granjero prosiguió:
-Tu tiempo vendrá, y crecerás muy alto. Y crecerás lo mismo que el bambú y que el helecho, dijo.
-¿Pero si sus tamaños son distintos? Pregunté un tanto ingenuamente.
-Aunque con alturas distintas, ambos crecieron lo más alto que pudieron, así debes hacer tú. Lucha y no desistas, los malos momentos te dan experiencia, los buenos te dan felicidad, ambos son esenciales. Aunque te sientas flaquear lucha y echa raíces que te permitan crecer fuerte, pues tu momento, tarde o temprano llegará.
Y con esas palabras se despidió de mí con una sonrisa de satisfacción en los labios al ver como sus sabias palabras habían aliviado mi pesado corazón.
Autor: Javier Miguel García.