La mirada del amor.
Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.
Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.
El rey estaba enamorado de Sabrina: una mujer de baja condición a la que el rey había hecho su última esposa.
Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar que la madre de Sabina estaba enferma. Pese a que existía la prohibición de usar el carruaje personal del rey (falta que era pagada con la cabeza), Sabrina subió al carruaje y corrió junto a su madre.
A su regreso, el rey fue informado de la situación.
-¿No es maravillosa?-dijo-Esto es verdaderamente amor filial. No le importó su vida para cuidar a su madre!! Es maravillosa!
Cierto día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo fruta, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un mordisco al último durazno que quedaba en la canasta.
-¡Parecen ricos!-dijo el rey.
-Lo son- dijo la princesa y alargando la mano le cedió a su amado el último durazno.
-¡Cuánto me ama!-comentó después el rey-, Renunció a su propio placer, para darme el último durazno de la canasta.¿no es fantástica?
Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron del corazón del rey.
Sentado con su amigo más confidente, le decía:
-Nunca se portó como una reina…¿acaso no desafió mi investidura usando mi carruaje? Es más, recuerdo que un día me dio a comer una fruta mordida.
Durante la noche de un largo viaje en la India uno de los pasajeros se queja molesto de la sed que tiene, sus quejas son tan pesarosas y repetidas que impiden al resto del pasaje el poder dormir.
Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.
Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía:
-¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!
Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:
-¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!
La mente siempre tiene problemas. Cuando no tiene problemas reales, fabrica problemas imaginarios y ficticios, teniendo incluso que buscar soluciones imaginarias y ficticias.
Autor: Ramiro calle
Desde pequeños nos van imponiendo pequeñas estacas necesarias para nuestra educación. Pero cuando crecemos esas estacas ya no sirven y ese es el momento ser libres y buscar nuestra felicidad.
Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos
centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un
animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la
estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté
entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó
que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del
elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían
hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio
como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era
muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de
que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus
esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro...
Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a
su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no
puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de
estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de
cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no
lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria
este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.
Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca
más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la
estaca y pensamos:
No puedo y nunca podré.
Autor: Jorge Bucay.
Dale a la mente algo con lo que entretenerse o te hará la vida imposible. La mente te controlará sólo si tú la dejas.
Un día en un periódico local apareció un anunció: “Se busca exterminador de hormigas”.
Hasta la casa del anunciante, llegaron como si de un desfile se tratara, numerosas personas dispuestas a fulminar la plaga, pero uno a uno todos marchaban profiriendo insultos contra el que pretendía contratarles.
Pasaron los meses, y el anuncio seguía presente en el periódico, pero ya nadie respondía a él.
El hombre desesperado modificó el texto: “Entrego mi casa a quien extermine mis hormigas”. Al día siguiente, hacia las doce, un anciano con voz temblorosa se presentó ante él.
– ¿Qué desea buen hombre?
- Vengo a eliminar sus hormigas
El dueño de la casa se le quedó mirando, ¿cómo iba, este pobre anciano, a resolver su problema, cuando otros más jóvenes y bien preparados ni siquiera lo habían intentado?
- ¿Puedo pasar? – preguntó el anciano.
- Adelante – respondió el joven echándose hacia un lado.
Entraron en el salón y se sentaron.
- ¿Dónde se encuentran las hormigas?
- Ahora no se ven, solo salen de noche desfilando a mi alrededor, y no me dejan dormir.
- ¿Alguien ha intentado hacerlas desaparecer?
- Nadie. Todos se han ido furiosos de aquí
- ¿Por qué?
- Querían fumigar la estancia y no funcionaria, pues solo están a mi alrededor y el veneno me mataría a mí. Querían fumigar de día, pero solo salen de noche, así que cuando les decía que tendrían que pasar la noche en mi dormitorio, que es donde aparecen, se ponían furiosos y me insultaban.
El anciano soltó una risita:
- Hombre dicho así …
- Mire, a mi no me importa lo que piensen, solo quiero solucionar mi problema.
- ¿Qué puede hacer usted?
El anciano se aclaró la voz y mientras encendía una pipa preguntó:
- ¿Cómo es su tamaño?
- Chiquito, pero a veces se juntan y parecen gigantes
- ¿A qué hora salen?
- Indefinida, pero solo cuando me acuesto
- Y ¿meten mucho ruido?
- Es un murmullo constante, y aunque tape mis oídos continua, a veces parece que resuenan dentro de mi cabeza
- Y ¿de qué hablan?
- ¿Hablar…? ¡¡¡Son hormigas….!!!
El anciano impertérrito volvió a preguntar:
- Ya…, pero ¿de qué hablan…?
El hombre suspiró, cuando contó a los fumigadores que las hormigas mantenían conversaciones le tacharon de loco, y se juró no volver a decirlo a nadie, pero el anciano lo había adivinado. Se le quedó mirando antes de responder, pero él se adelantó.
- Yo padecí una plaga igual y las mías hablaban siempre de dinero, como guardarlo, dónde invertirlo, dónde esconderlo… pero eso fue hace tiempo.
- Y las suyas ¿de qué hablan?
- De tristeza, soledad, vejez…
- Entiendo… – respondió el anciano
- Todo eso le machaca por la noche, y durante el día ¿en qué piensa?
- No tengo tiempo, trabajo en mi despacho y no salgo con nadie.
- Y si pudiera hablar con alguien ¿de qué hablaría…?
Poco a poco entraron en conversación, hablaron de música, de viajes, de literatura y al finalizar, el anciano se despidió.
- Mañana volveré, quizá alguna salga esta noche, pero mañana se habrán terminado
Incrédulo el hombre cerró la puerta. No le importaba que el anciano volviera, al fin y al cabo, había disfrutado. Cuando esa noche se acostó, sus pensamientos se centraron en la conversación y sorpresivamente las hormigas las sentía lejanas y poquitas.
Tres días más con el anciano y desaparecieron definitivamente.
Entonces el anciano reclamo su precio:
- Prometiste tu casa, si terminaba con la plaga, así que ahora tu casa es mía.
- Pero si lo deseas la podemos compartir, y así nos aseguramos que nunca vuelvan a aparecer.
Feliz de no abandonar su hogar, pregunto el joven al viejo:
- ¿Cómo lo has hecho?
- Muy fácil -respondió él
- Les di lo único que las puede matar: algo dulce que chupar …
Autor: Francisco Javier Tejerina
Aléjate de los escorpiones, pero nunca dejes de ser rana.
Un día el amor le preguntó a la amistad: ¿Para que estás tú,si ya estoy yo? La amistad le respondió: porque yo llevo sonrisas cuando tu dejas lágrimas.
Erase una vez un hombre pobre pero lleno de coraje, cuyo nombre era Alí. Trabajaba para Ammar, un viejo y rico comerciante.
En una noche de invierno dijo Ammar: "Nadie puede pasar una noche igual a aquella en lo alto de la montaña, sin frazadas y sin comida. Pero sé que usted necesita dinero y si consigue hacerlo, recibirá de mí una gran recompensa. Si no lo consigue, trabajará para mí por treinta días, sin ningún sueldo".
Ali respondió: "Acepto tu reto y mañana venceré esta prueba".
Pero, al salir de la tienda, vio que realmente soplaba un viento helado, se quedó con miedo y resolvió preguntar a su mejor amigo, Aydi, si no le parecía una locura aceptar esa apuesta.
Aydi, después de hacer una corta reflexión, le dijo: "Voy a ayudarte. Mañana cuando estés en lo alto de la montaña, mira adelante. Yo también estaré en lo alto de la montaña vecina, pasaré la noche entera con una fogata encendida para tí. Mira el fuego, piensa en nuestra amistad, y eso te mantendrá con calor. Tú lo conseguirás y después te pediré algo a cambio".
Ali venció la prueba, recibió el dinero y fue a casa de su amigo: "Me dijiste que pedirías un pago.¿Cuánto?"
Ali le tocó sus hombros y dijo:"Si, pero no es en dinero. Promete que si en algún momento el viento frío pasar por mi vida, tú encenderás para mí el fuego de la amistad."
Autor: Paulo Coelho
En nuestra vida siempre dejamos huellas. Pero algún día nuestro lápiz llegará a su fin. No olvidéis escribir una feliz historia.
El niño miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado,
le preguntó:
- “Abuelo, ¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos?
¿Es, quizá, una historia sobre mí?”
El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo al nieto:
- “Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más
importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me
gustaría que tú fueses como él cuando crezcas”.
El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada de especial.
- “Abuelo, ¡Pero si es igual a todos los lápices que he visto en mi
vida!”
- “Mira, escúchame, Todo depende del modo en que mires las
cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas,
harán de ti una persona por siempre en paz con el mundo”.
* Primera cualidad: puedes hacer grandes cosas, pero no olvides
nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esta mano
nosotros la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección
a su voluntad.
* Segunda: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el
sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final está
más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos
dolores, porque te harán mejor persona.
* Tercera: el lápiz siempre permite que usemos una goma para
borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que
hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo
importante para mantenernos en el camino de la justicia.
* Cuarta: lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni
su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto,
cuida siempre de lo que sucede en tu interior.
* Finalmente, la quinta cualidad del lápiz: siempre deja una
marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas
en la vida dejará trazos, e intenta ser consciente de cada acción.
Autor: Paulo Coelho
Muchas personas se quejan de que si Dios existiera no consentiría las injusticias de este mundo. Preguntémosle.
- Me preguntas quién soy yo, soy el de la canción que te erizó la piel cantándote aquello que necesitabas oír. Esa canción que parecía que iba dedicada para ti, efectivamente iba dedicada a ti.
Soy el que puso ese libro en tus manos cuando más lo necesitabas y que tanto te ayudó.
Soy el que te alienta a seguir adelante, soy quien te guía. Soy el que más te quiere y sólo desea tu bien. Todo lo demás no soy yo, lo que pasa es que tu crees que yo tengo poder ante todo lo que ocurre y no es así. Eso os convertiría en marionetas que se mueven a mi antojo y yo no quería eso. Yo quería seres como yo, dioses iguales a mi y para eso tuve que daros libre albedrío. Y tenéis que evolucionar, a veces, a través del sufrimiento. Pero es vuestra elección no la mía. Yo no quiero vuestro sufrimiento.
- Dónde estoy me preguntas. Estoy detrás de aquellos ojos que te miraron con compasión cuando sufrías, de aquel maestro que marcó tu vida, de aquella madre te cuidó con dulzura, de aquel amigo que te echó una mano cuando le necesitaste, de aquel médico que te curó. Porque todos ellos soy yo, porque tú también eres Dios. Todos lo somos.
-Entonces dónde estoy cuando la vida se torna sufrimiento me preguntas. Esa es tu elección, no la mía. No me culpes porque en el ejercicio de tu libertad a veces elijes el camino del sufrimiento, preguntate porqué, yo no lo sé, tan solo lo respeto. Quizás necesitas ponerte en el lugar del enfermo para comprenderlo, quizás elijes el dolor para crecer. Y cuando tú elijes el camino del sufrimiento, yo lo elijo también y te acompaño en tu dolor. Porque tu dolor es mi dolor y yo siempre estoy ahí, aunque a veces no puedas o no quieras sentirme. Yo siempre estoy contigo, te acompaño a cada sitio que vas. Nunca estás solo. Es tu percepción errónea de la realidad la que te hace creer que estás solo. Pero te aseguro que si te paras a sentir, me sentirás.
Autora: Rosa María Miguel.
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